miércoles, 8 de abril de 2009

Pensando el paisaje.

Texto Nro. 1

Revisar el paisaje es un acto casi inevitable para aquel que lo ha vivido, que lo siente, que lo habita. Pensarlo es una tarea mayor que exige tiempo y reflexión. Sin embrago, es seguro una constante que se hace y pasa, que sucede desapercibidamente en diversos lugares del planeta y que se aplica -la mayor de las veces- sin una conciencia estética. El campesino, los hombres, mujeres y niños rurales; el ser en general que se mueve en ese contexto establece un sistema de orientación y diálogo con la naturaleza como parte de su accionar común. Más que inevitable, es un hecho inherente a su ser -en términos de existencia- en el entorno, y en ese entorno que yo -como muchos- llamo paisaje; que mido en la cercanía y la distancia como dos actos consecuentes.

Es en eso, lo evidente de la experiencia, que se hace evidente mi discurso; una especie de discurso de lo habitual que se nutre y constituye a partir de ahí, de la obviedad. Y sólo porque el contenido toma forma cuando -extrayendo los recursos más comunes y obvios del escenario natural- se replantea una experiencia de aproximación y diálogo con el paisaje, cargada de un discurso plástico simple y de un sistema de relaciones vivenciales, culturales y filosóficas que se sitúan en el delicado lugar del ser-existir de la memoria, y con ella el recuerdo.

Haber vivido el paisaje siempre, habitarlo y hacer de ello una experiencia consumada, es más que un discurso que se traduce sensiblemente, es una huella profundamente simbólica que asume un comportamiento independiente y, en esa autonomía, exige dar continuidad a la relación-experiencia con, en y para el paisaje. Así, la experiencia del paisaje es objeto de estudio artístico, y la experiencia del arte es objeto reivindicador del ser.